Casarte con tu profesión no significa divorciarse del arte. De eso, al menos, me voy percatando. Crecí entre letras y, entre ellas, me convertí en una joven adulta. Por años, me convencí que el sueño de vivir de mi arte sería imposible; una mera fantasía fútil sin pies ni cabeza. Siendo realista, no fue hasta hace unas quincenas que logré conciliar este sueño con una realidad. Me encontraba fijamente mirando una hoja de Excel y no podía creer que esas serían las letras con las que freiría mi cerebro cada día, por el resto de mi vida. Siempre oímos de cómo los grandes escritores latinoamericanos, construyeron a plumazos, una de las instituciones más importantes en la historia de la literatura, más nunca contaron las historias de hacer esto, desde un cubículo de oficina. Mis poemas, creía que se verían interrumpidos por una inesperada junta de equipo, o quizás un trámite pendiente ante alguna dependencia; ahí fue cuando dije, si las palabras son para embellecer la vida, ¿por qué no podría hacer lo mismo con mi oficina?
Logré conciliar mi fantasía con una realidad; un sueño tenue, pero realista. Francamente hablando, iba a casarme con otro tipo de letras. Unas que establecen las leyes de la sociedad, que castigan, multan o se fraccionan en interminables supuestos del comportamiento humano. Estas ya no cuentan historias de fantasía, pero son capítulos en las vidas de la gente. ¿Podría, acaso, ejercer la carrera que García Márquez dejó atrás, mientras seguía los pasos en la que triunfó?
Una de mis historias favoritas, dice: no leemos y escribimos poesía porque sea lindo. Leemos y escribimos poesía porque somos miembros de la raza humana, y ésta, está llena de pasión. La medicina, la ley, los negocios y la ingeniería, son carreras nobles, y necesarias para sostener la vida. Pero la poesía, la belleza, el arte, el romance y el amor, son por lo que vivimos. Pienso en ello tanto. Tanto que difiero. Es más fácil citar este bello concepto, que vivirlo, más no es imposible, pues si se me permite ser directa al lector, escribo estas letras desde el mismo cubículo donde una vez reflexioné sobre artículos y jurisprudencias. Hay cierta belleza en las letras legislativas, más allá de un chiste mal contado y peor ejercitado, cada artículo de cada ley podría, si bien, volver un poema propio.
Veamos, el tercer párrafo del primer artículo de nuestra Carta Magna:
Todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. En consecuencia, el Estado deberá prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos humanos, en los términos que establezca la ley.
Con los mismos con los que el Quijote veía dragones, pudiéramos ver este ordenamiento jurídico, como el caballero reluciente, que nos protege indiscriminadamente de los males del mundo. ¿Casi romántico no?
Escribir poesía debajo de luces fluorescentes, sin duda es un reto, y más si no quieres que la tinta azul de una demanda contamine la tinta negra de tus versos. Mientras suena el zumbido del aire acondicionado, y armoniza con el cantar de mi teclado. Plago mis libretas con versos, estrofas y pendientes, se ha vuelto mi pan de cada día, pero me aterraba que la constancia y el aburrimiento se volvieran la métrica con la que escribiera. No fue hasta que cambié el aumento de mis anteojos, por unos que me dejaran ver la combinación de mi trabajo y mi empleo, que esa pasión se hizo posible.
Cuando digo que me casé con mi profesión, me refiero a que mis letras ahora tienen un giro diferente. Mis palabras tienen significados alternos, son para caras nuevas y rara vez tienen mi autoría firmada al tenor. Al decir que rehusó a divorciarme de ellas, es mi declaración al mundo, de que no planeo perder esa belleza que las adorna, en el rubro de un expediente. Hago que los H E C H O S, suenen los más armónicos posibles; que la coherencia de mis argumentos suene como un poema del siglo XIV, antes que a un conglomerado de artículos y reglamentos.
Reconozco que el trabajo de oficina, no es el más glamuroso del mundo, y que es posible perderte en la comodidad de tu cubículo; pero esa no es razón para divorciarme del arte. Regresando a la cita de la Sociedad de los Poetas Muertos, me rehusó a volverme uno de ellos, como expone su título. No dejaré que el balance de un lado de mis letras aniquilé al otro, pues la convergencia armónica de ambos mundos es posible. Y desde mi punto de vista, es lo recomendable, para él godín promedio.
Tan fácil es perdernos en la monotonía, que olvidamos que hay pequeñas acciones en nuestro día, que podrían hacer un poema de una rutina.